El Dr.
Greenblatt, de Boston (EEUU), no es un psiquiatra ordinario. En la lista de
pregunta que él hace a sus pacientes están unas bastante extrañas: “¿Cómo está
su estómago?, ¿Sufre algún problema digestivo desde su problema psiquiátrico,
como diarrea, constipación, reflujo, acidez?”. Parece que esas preguntas no
están relacionadas con la razón por la cual sus pacientes lo van a consultar,
pero sí lo están. Según el psiquiatra de Massachusetts, el aparato digestivo es
realmente nuestro segundo cerebro y a veces hay que buscar las causas de un
desequilibrio o una enfermedad en donde menos lo esperamos.
Recientemente,
Greenblatt se hizo famoso con la noticia en The
Verge de que había podido curar una enfermedad bastante grave de una niña,
recetando unos probióticos* en lugar de medicamentos normalmente prescritos en
caso de trastornos graves del comportamiento como los que padecía ella. Mary
era una adolescente diagnosticada con un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) y
un trastorno por déficit de atención con hiperactividad (ADHD por sus siglas en
inglés). Su estado era tan grave que sus papas habían dado vueltas a todo el
país para buscar una cura. Médicos le prescribieron una gran lista de
medicamentos de tipo psicotrópico pero nada cambió en el estado y el
comportamiento de la adolescente. Acabaron desesperados y decidieron ir a
consultar al Dr. James Greenblatt, cerca de Boston con la única esperanza de
que la ayudara. Greenblatt les preguntó todo lo que ya habían preguntado los
demás, sobre su infancia, como se desencadenó la enfermedad, etc. Y terminó con
una pregunta extraña: “¿cómo va la digestión de Mary?”…
Los papas no
supieron que contestarle. El insistió: “¿Tiene diarrea? ¿Tiene reflujo o
acidez? ¿Su digestión habrá cambado desde que aparecieron los primeros signos
de sus trastornos?”. Cuando los papas de Mary se dieron cuenta de que
contestaban “sí” a todas estas preguntas, empezaron a entender que había una
relación entre esos detalles aparentemente sin relación y la enfermedad de su
hija y volvió la esperanza. El psiquiatra decidió entonces prescribir
probióticos adicionales a unos medicamentos y una terapia. La dosis era
bastante importante ya que Mary tenía que ingerirlos dos veces al día durante
unos meses. En tan solamente seis meses, los síntomas de Mary empezaron a
disminuir fuertemente. Un año después, ya no había señales que permitían decir
que Mary había sido enferma antes. Estaba curada.
El segundo
cerebro
El intestino de
Mary presentaba un desbalance importante que causaba o por lo menos contribuía
a la enfermedad crónica de la adolescente. Aunque parezca extraño, Greenblatt
dice que no es sorprendente: “el intestino es nuestro segundo cerebro. Hay más
neuronas en el aparato digestivo que en cualquier otra parte del cuerpo, con la
excepción del cerebro”. Se estima efectivamente que hay alrededor de 100 a 200
millones de neuronas en el sistema digestivo, conectado con el encéfalo vía el
nervio vago (o nervio neumogástrico). De hecho, hoy en día se realizan cada vez
más descubrimientos sobre la conexión entre estados de ánimo y emociones y el
apetito y la digestión. Sin embargo, en
la mayoría de los casos (para no decir la totalidad), se pensaba que siempre
había una cadena de comunicación desde el cerebro hacía el sistema digestivo.
Ahora vemos que parece que la comunicación se realiza en ambas direcciones.
Eso no es
anormal dice Greenblatt. Se estima que el 99% de los genes en nuestro cuerpo
son de bacterias (!!!) y que los probióticos ayudan a regular el reino bacterial
que está en nosotros. Y ese reino se va poblando poco a poco desde el
nacimiento, ya que un recién nacido viene estéril. En un estudio del 2011
involucrando ratones normales y ratones cuyos intestinos fueron limpiados de
cualquier bacteria con un poderoso antibiótico, se demostró que los ratones sin
bacteria tomaban más riesgos y presentaban niveles más bajos de un biomarcador
implicado en la depresión. Eso significa entonces que el aparato digestivo es
capaz de transmitir información hacía el cerebro también. Más impresionante
todavía, si se trasplantaban bacterias de un grupo de ratones tímidos a ratones
mucho más audaces, ¡se modifica significativamente el comportamiento de las
segundas!
Identificando
esa relación entre el estado del intestino y el comportamiento, Greenblatt
empezó a observar que muchos problemas psiquiátricos eran relacionados con
problemas de digestión y que altas dosis de probióticos y una dieta normalizada
ayudaba una gran cantidad de pacientes con problemas de comportamiento. Eso
promete mucho y puede tener implicaciones más importantes en nuestra salud y en
posibles curas en el futuro.
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