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Sunday, March 10, 2013

La ciencia del amor

Un solo ser nos falta y todo está despoblado  
 Alphonse de Lamartine, escritor francés


El amor es indescriptible. Se siente, se vive, se necesita, se sufre, se extraña, pero es difícil explicar de dónde viene y por qué. Los procesos que rigen el establecimiento y el desarrollo del amor en nuestros cuerpos y mentes son complejos y nos influencian en casi todos los aspectos de nuestras vidas, incluso en la salud. Aunque todas nuestras otras necesidades estén cumplidas, si nos falta el amor sentimos que nos falta todo. Ha sido comprobado científicamente que el amor tiene virtudes de curación en cuestiones de salud pero no es algo que se nos puede introducir en el cuerpo como un químico: viene de adentro para afuera. Estudios recientes han buscado explicar de dónde viene el amor, con el fin de entender mejor este sentimiento tan presente y sin embargo tan desconocido de nuestras vidas.

El famoso biólogo evolucionista Theodosius Dobzhansky ha dicho que “nada en biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución”. Con esa visión se puede buscar entonces el origen del amor y de sus virtudes, y es el camino que siguieron los biólogos y fisiólogos que han estudiado los fundamentos y orígenes del amor. La vida es profundamente social, es de interacciones. Para que ella pueda florecer se necesita equilibrio, fase y por supuesto reproducción. El amor se puede ver entonces como lo que da origen a una actitud social, hacia los demás, para permitir eso. Incluso bacterias y organismos muy primitivos (los más antiguos en la cadena de la evolución) son capaces de reconocer otros organismos de la misma especie. Como decíamos, el amor no viene de un químico que entra al cuerpo desde fuera. Lo que se tiene que buscar efectivamente en los mecanismos del amor está en la producción de algo que nuestros propios cuerpos producen para generar una serie de repercusiones sociales, una conducta en especial (y aquí supongo que no tengo que describir lo que son). Porque efectivamente el amor (o su búsqueda, incluso su pérdida) nos cambia.

Sue Carter y Stephen Porges han publicado un estudio científico interesante en noviembre del año pasado, en el cual presentan pruebas de que el “amor no es solamente una emoción sino todo un proceso biológico”. Identificaron una hormona como el responsable del amor: la oxitocina. Ella está producida en el hipotálamo, y está también relacionada con las conductas sexuales, la maternidad y paternidad, los comportamientos proteccionistas o de empatía y hasta en las relaciones de confianza, o a largo plazo. En otras palabras, es la responsable de todas nuestras conductas en relación con amor: de pareja, de familia y amistad. Una sola molécula parece ser entonces responsable de muchos de nuestros comportamientos. Juega un papel primordial en el apego maternal, durante y después del parto por ejemplo: facilita el parto y la lactancia. 
También, desde su primera síntesis por Vincent du Vigneau (Premio Nobel de química por haberlo hecho en 1955), se puede suministrar por pastillas o intravenosa, especialmente para inducir un parto. Por lo tanto, se conoce generalmente como la hormona de la inducción del parto y del apego maternal (ya que se libera naturalmente en madres al parir y amamantar. Sin embargo, estudios recientes demuestran poco a poco que hace mucho más que eso.


Estudios anteriores al trabajo de Sue y Porges en ratones han por ejemplo comprobado que la oxitocina es una hormona que permite generar un sentimiento de tolerancia hacia los demás para que puedan vivir en comunidad. Eso empezó a llamar la atención para buscar más amplias implicaciones sociales como la confianza o la empatía. Y recientemente, se demostró que cuando uno resiente confianza hacía otra persona, se libera oxitocina en su sangre. En un estudio de 2005, incluso lograron “inducir confianza” (sic) con manipulación de los niveles de oxitocina de manera farmacológica, sin afectar cognición ni memoria. La conclusión de estos trabajos es que la oxitocina es una especie de estimulo de atención especial hacia los demás, y regula en gran parte nuestro comportamiento social (junto con la dopamina y serotonina también). Es interesante también saber que la adrenalina y el estrés impiden la liberación de oxitocina: en estado de estrés no tenemos empatía por ejemplo. El sistema es muy adaptativo en fin: “imaginen un soldado en el campo de guerra, dice Paul Zak el autor del libro La molecula de la moral, no va a poder sentir empatía o amor, necesita salvar su vida”. Y regresamos a la hipótesis de inicio: la biología (y los comportamientos que engendra) no tienen sentido sino a la luz de la evolución. Pero lo que sí es cierto es que una vida más tranquila permite liberar oxitocina y nos permite amar más al prójimo. Pensémoslo por favor.


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