“Un
solo ser nos falta y todo está despoblado”
Alphonse de Lamartine, escritor francés
El amor es
indescriptible. Se siente, se vive, se necesita, se sufre, se extraña, pero es
difícil explicar de dónde viene y por qué. Los procesos que rigen el
establecimiento y el desarrollo del amor en nuestros cuerpos y mentes son
complejos y nos influencian en casi todos los aspectos de nuestras vidas,
incluso en la salud. Aunque todas nuestras otras necesidades estén cumplidas,
si nos falta el amor sentimos que nos falta todo. Ha sido comprobado
científicamente que el amor tiene virtudes de curación en cuestiones de salud
pero no es algo que se nos puede introducir en el cuerpo como un químico: viene
de adentro para afuera. Estudios recientes han buscado explicar de dónde viene
el amor, con el fin de entender mejor este sentimiento tan presente y sin
embargo tan desconocido de nuestras vidas.
El famoso
biólogo evolucionista Theodosius Dobzhansky ha dicho que “nada en biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución”.
Con esa visión se puede buscar entonces el origen del amor y de sus virtudes, y
es el camino que siguieron los biólogos y fisiólogos que han estudiado los
fundamentos y orígenes del amor. La vida es profundamente social, es de
interacciones. Para que ella pueda florecer se necesita equilibrio, fase y por
supuesto reproducción. El amor se puede ver entonces como lo que da origen a
una actitud social, hacia los demás, para permitir eso. Incluso bacterias y
organismos muy primitivos (los más antiguos en la cadena de la evolución) son
capaces de reconocer otros organismos de la misma especie. Como decíamos, el
amor no viene de un químico que entra al cuerpo desde fuera. Lo que se tiene
que buscar efectivamente en los mecanismos del amor está en la producción de algo
que nuestros propios cuerpos producen para generar una serie de repercusiones
sociales, una conducta en especial (y aquí supongo que no tengo que describir
lo que son). Porque efectivamente el amor (o su búsqueda, incluso su pérdida)
nos cambia.
Sue Carter y
Stephen Porges han publicado un estudio científico interesante en noviembre del
año pasado, en el cual presentan pruebas de que el “amor no es solamente una
emoción sino todo un proceso biológico”. Identificaron una hormona como el
responsable del amor: la oxitocina.
Ella está producida en el hipotálamo, y está también relacionada con las
conductas sexuales, la maternidad y paternidad, los comportamientos
proteccionistas o de empatía y hasta en las relaciones de confianza, o a largo
plazo. En otras palabras, es la responsable de todas nuestras conductas en
relación con amor: de pareja, de familia y amistad. Una sola molécula parece
ser entonces responsable de muchos de nuestros comportamientos. Juega un papel
primordial en el apego maternal, durante y después del parto por ejemplo:
facilita el parto y la lactancia.
También, desde
su primera síntesis por Vincent du Vigneau (Premio Nobel de química por haberlo
hecho en 1955), se puede suministrar por pastillas o intravenosa, especialmente
para inducir un parto. Por lo tanto, se conoce generalmente como la hormona de
la inducción del parto y del apego maternal (ya que se libera naturalmente en
madres al parir y amamantar. Sin embargo, estudios recientes demuestran poco a
poco que hace mucho más que eso.
Estudios anteriores al trabajo de Sue y Porges en ratones han por ejemplo
comprobado que la oxitocina es una hormona que permite generar un sentimiento
de tolerancia hacia los demás para que puedan vivir en comunidad. Eso empezó a
llamar la atención para buscar más amplias implicaciones sociales como la
confianza o la empatía. Y recientemente, se demostró que cuando uno resiente
confianza hacía otra persona, se libera oxitocina en su sangre. En un estudio
de 2005, incluso lograron “inducir confianza” (sic) con manipulación de los
niveles de oxitocina de manera farmacológica, sin afectar cognición ni memoria.
La conclusión de estos trabajos es que la oxitocina es una especie de estimulo
de atención especial hacia los demás, y regula en gran parte nuestro
comportamiento social (junto con la dopamina y serotonina también). Es
interesante también saber que la adrenalina y el estrés impiden la liberación
de oxitocina: en estado de estrés no tenemos empatía por ejemplo. El sistema es
muy adaptativo en fin: “imaginen un soldado en el campo de guerra, dice Paul
Zak el autor del libro La molecula de la
moral, no va a poder sentir empatía o amor, necesita salvar su vida”. Y
regresamos a la hipótesis de inicio: la biología (y los comportamientos que
engendra) no tienen sentido sino a la luz de la evolución. Pero lo que sí es
cierto es que una vida más tranquila permite liberar oxitocina y nos permite
amar más al prójimo. Pensémoslo por favor.
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