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Friday, February 22, 2013

¡No dejen su ADN tirado!

Secuenciar el ADN es determinar la sucesión de las bases del material genético (llamadas nucleótidos). Poder hacerlo es útil para entender el funcionamiento y la programación del desarrollo de humanos, animales o vegetales, y cuando se entienda se puede incluso corregir. La idea de la genética es entonces de poder entender el ADN punto por punto y aprender a conocer el papel que juega cada uno de esos mini ladrillos de construcción de la materia biológica y la responsabilidad que tienen en el desarrollo. Aprendiendo a reconocerlos en varios humanos ya se han podido identificar genes responsables de (o involucrados en) algunas enfermedades. Hace muchos años, en los primeros pasos de la genética, se pensaba que iba a ser casi imposible secuenciar el ADN completo de una persona o de un animal o vegetal pero ya se puede hacer, y tanto el tiempo de procesamiento como el precio de esa operación compleja van disminuyendo. Ahora, como lo ven en las películas y series en la televisión, es posible conocer mucho de una persona con una muestra pequeña de ADN a partir de saliva o sangre. Una artista de Nueva York a podido recuperar ADN de varios desconocidos con chiclesy colillas recuperados en la calle para llamar la atención sobre los peligros que representa tener la posibilidad de conocernos a partir de fragmentos de nuestro ADN.


El 6 de enero de 2013, Heather Dewey-Hagborg recuperó tres colillas de cigarros y un chicle verde en las calles de Brooklyn. No tenía la menor idea de quién eran las personas responsables de haber tirado esa basura a la calle. Sin embargo, con esas muestras decidió intentar reconstruir el rostro de los cuatro desconocidos con una computadora y luego moldearlos, como una especie de máscara. Gracias a la tecnología, pudo identificar algunas especificaciones particulares de cada de cada uno de los cigarros y del chicle. Dos cigarros habían sido fumados por mujeres de origen de Europa con ojos cafés y el tercero por un hombre afroamericano con ojos cafés también. La goma de mascar había sido masticada por un hombre con ojos cafés y raíces sudamericanas. Pasó esas informaciones que recopiló de los datos genéticos obtenidos de los pedazos de la calle a un programa computacional con bases de datos de rostros y modeló unos rostros. Lo que puede sorprender (y ya se habrán dado cuenta con lo que acaban de leer) es que Heather utilizó muy pocos datos genéticos para hacer sus máscaras: el sexo, el origen étnico y el color de los ojos. Sin embargo, con solamente tres puntos muy generales que permiten describir a una persona, logró obtener un resultado interesante que nos hace pensar. El rostro que obtuvo de ella misma parece presentar una especie de aire de familia… 

 Heather y su rostro reconstruido con fragmentos de su ADN. ¿No se parecen?


Lo que la artista neoyorquina quiso demostrar es que con más información genética, pronto disponible a bajo costo y a un amplio público (policías, legisladores, alcaldes y quizás otros), podremos llegar a una generalización de esa práctica y quizás hasta un determinismo genético popularizado. Recientemente, se ha por ejemplo demostrado que existen genes que son responsables de características precisas de los rostros humanos que se podrán utilizar para identificar mucho mejor el propietario de un fragmento de ADN: ancho y largo, separación entre los ojos, tamaño de la nariz. Ya se pueden entonces obtener otros tipos de información y pronto se podrá conocer más con muy poco ADN. Y como este material genético se puede recuperar de muchas cosas, se podrán hacer sin nuestro consentimiento.

Sin entrar en la paranoia de un control de población a partir del ADN como presentado en ciencia ficción (la película Gattaca es un buen ejemplo de lo peor que podría pasar), es importante estar al pendiente de lo que se puede hacer con nuestro ADN, y quizás empezar a legislar sobre el uso de ello, tanto para fines de investigación científica como para fines policiacos u otras cosas, más privadas. Mientras, no dejen su ADN tirado en cualquier lugar.

Artículo basado en uno publicado por Pierre Bathélémy en Passeur de Sciences en 2013.

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