Desde que se
propuso utilizar alimentos vegetales para producir combustibles alternativos a
los de origen fósil, empezó la polémica: cuando uno de cada siete ciudadanos
del mundo pasa hambre, ¿cómo podemos desarrollar carburantes para los demás? El
milagro ecológico prometía mucho desde sus primeros días, pero también
polarizaba la sociedad. Ahora, parece que el debate se aviva con nuevas
revelaciones sobre sus niveles de contaminación: pues no serían tan verdes como
anunciado…
En el año 2008,
la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas
publicó unas cifras espeluznantes: en solamente 6 años la población mundial
padeciendo desnutrición había subido de casi 100 millones de personas para
alcanzar los 925 millones. Otro estudio del Banco Mundial había revelado que el
75% de esa población no podía comer como lo necesitaba debido a los carburantes
verdes. Efectivamente, entre 2000 y 2010, la producción mundial de bioetanol se
había triplicado mientras que la del biodiesel se multiplicó por 22. En 2010,
se estima que el sector representó 374,430 millones de dólares en todo el mundo
y que se podía duplicar en tan sólo 10 años si los gobiernos hacían los
esfuerzos necesarios para impulsar esa nueva industria.
¿Combustible o comida?
El debate empezó
entonces entre los que querían ser los primeros actores en proponer
alternativas viables a los derivados del petróleo cuyas reservas mundiales
podrían acabarse pronto (y así asegurarse que iban a ganar mucho dinero
también) y los que se esforzaban para comprobar a todos que los combustibles derivados
de vegetales no era la solución mientras quitaban comida de la boca de los que
la necesitan en todo el mundo. Los argumentos a favor de los biocombustibles se
basan desde el principio en los siguientes puntos positivos: son más sustentables
y ecológicos (“verdes”) que la gasolina, el diesel, y el gas y por lo tanto
merecen todo el apoyo gubernamental posible.
En muchos países
los subsidios públicos no tardaron en llegar. Expertos en desarrollo sustentable
indican sin embargo que esos apoyos, bajo forma de incentivos fiscales por
ejemplo, no ayudan a combatir el hambre repartiendo de forma mal balanceada los
recursos de la agricultura entre la bioenergía producida con aceite y jugo de
vegetales y los alimentos que representan; pues los productores venden siempre
a la mejor oferta, y los subsidios ayudan a los biocombustibles. Por eso se
recomienda quitar los subsidios para repartir de forma óptima esos recursos. Además,
como lo mencionó incluso el presidente del gigante suizo Nestlé, “el tiempo de
los alimentos de bajo costo ha terminado”: una implicación directa de los subsidios
para biocombustibles es el alza de los precios de alimentos a mediano plazo.
No más ecológico que la gasolina
Otro punto
negativo: en 2012, un estudio suizo (donde solamente el 5% de los combustibles
proviene de los biocombustibles) reportó que si se estudia el impacto real y completo
de los carburantes “verdes” se puede demostrar que no son tan ecológicos como
siempre los presentamos. De hecho, “muy pocos biocombustibles son más ecológicos
que la gasolina” afirma Rainer Zah, responsable del estudio realizado por los
laboratorios EMPA (por sus siglas en alemán: laboratorios federales suizos para
tecnología y ciencia de materiales) del renombrado Instituto Federal de Tecnología
(ETH). Efectivamente, “si se producen biocarburantes sobre tierras aptas para los
cultivos, eso provocará un impacto ambiental mayor al que generan los
combustibles fósiles”. Hablamos en este caso de un impacto medioambiental
negativo, por supuesto. Y en muchos casos, los acuerdos que se firman con la
autoridades son para varias décadas y se planea siempre producir todo el año,
lo que implica usar agua en épocas de sequia natural.
Sin rayar
completamente los biocombustibles del mapa mundial, el reporte de EMPA propone
promover los biocombustibles llamados de “segunda generación”, derivados de
desechos vegetales. Aquellos no representan una tecnología madura aún y todavía
son costosos, pero se podrían apoyar proyectos que aspiran desarrollar esa
solución. De todas maneras, en el último trimestre del 2012 la Unión Europea
decidió limitar la producción de biocarburantes y el tema se volverá a discutir
en las reuniones económicas del G20 desde este año. Va a ser muy debatido seguramente, ya que en el año 2011 EEUU produjo más maíz para biocarburante que para alimentos (se pueden imaginar la economia que representa el sector para el vecino del norte). Para terminar el debate, dejamos la palabra final a
los laboratorios suizos de EMPA, quienes describieron la industria de los
biocombustibles de la siguiente manera: “de la cima al fracaso”.Veremos...
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Biocombustibles
Son combustibles derivados de la biomasa, o materia orgánica
biodegradable tomada de cultivos diversos. A menudo se mezclan en
pequeñas porciones (5 a 10%) con otros carburantes, especialmente en
EEUU y Europa.
Los más utilizados son el bioetanol (fabricado a base de maíz, caña de azúcar, remolacha, etc.) y el biodiésel (a partir de aceites vegetales de soja, colza, girasol, coco, etc.)
Los de primera generación
utilizan la parte alimenticia de los vegetales debido a su alto contenido en almidón, azúcares y aceites.
Los de segunda generación aprovechan los residuos agrícolas y forestales, como el bagazo de la caña de azúcar, el rastrojo del maíz o las ramas secas de los árboles, pero es una industria incipiente.
A escala global, la industria de los biocombustibles aportó 374.432 millones de dólares al Producto Interno Bruto (PIB) mundial en 2010. Se prevé que alcance los 679.751 millones en 2020, generando 2,2 millones de empleos.
En 2011, por primera vez, EEUU cosechó más maíz para los biocombustibles que para la nutrición. Europa destina la mitad de la colza al mismo objetivo.
Fuente: La Alianza Mundial sobre Combustibles Renovables
Los más utilizados son el bioetanol (fabricado a base de maíz, caña de azúcar, remolacha, etc.) y el biodiésel (a partir de aceites vegetales de soja, colza, girasol, coco, etc.)
Los de primera generación
utilizan la parte alimenticia de los vegetales debido a su alto contenido en almidón, azúcares y aceites.
Los de segunda generación aprovechan los residuos agrícolas y forestales, como el bagazo de la caña de azúcar, el rastrojo del maíz o las ramas secas de los árboles, pero es una industria incipiente.
A escala global, la industria de los biocombustibles aportó 374.432 millones de dólares al Producto Interno Bruto (PIB) mundial en 2010. Se prevé que alcance los 679.751 millones en 2020, generando 2,2 millones de empleos.
En 2011, por primera vez, EEUU cosechó más maíz para los biocombustibles que para la nutrición. Europa destina la mitad de la colza al mismo objetivo.
Fuente: La Alianza Mundial sobre Combustibles Renovables
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